viernes, 23 de julio de 2010

Carta a José Saramago

Querido José, cuando supe que habías muerto pensé en aquella frase que los Sandinistas dijeron a sus carceleros cuando les comunicaron la muerte del revolucionario nicaragüense Carlos Fonseca, “hay muertos que no mueren nunca”.

Pero no se si te gustaría eso, quiero decir, no morir, como en tu libro Las intermitencias de la muerte cuando “al otro día no murió nadie”. Y nadie te preguntó eso “¿te gustaría no morir? Sólo sabemos lo que respondiste a la pregunta ¿Y después de la muerte que? “Nada, -dijiste- algunos de nosotros sabemos que no pasa nada y punto. Aquí acabó. Digo que la esencia humana es un intermedio entre la nada y la nada”.

Y tú llenaste ese intermedio entre la nada con solidaridad hacia la humanidad, con apoyo a la gente que lucha para vivir una vida digna, la gente que resiste los atropellos del poder. Indígenas de Chiapas, obreros de Italia, campesinos de Francia, los humildes de todo el mundo tuvieron en ti a un aliado incondicional y a un contador de historias increíble. Esa es la forma válida para llenar ese fragmento entre la nada y la nada. Gracias.

Como no hay cielo a donde me gustaría que te fueras, ni tampoco infierno donde le gustaría a otros que tú estuvieras, quiero decirte que seguirás vivo entre nosotros. Te recordaremos en esa solidaridad hacia la humanidad y en esos libros que aún no terminamos de leer. Ayudándonos a llenar con algo ese fragmento nuestro entre la nada y la nada. Otra vez, gracias.


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