domingo, 9 de marzo de 2014

Amgüey



Por fin asistí hoy a una reunión a las que Poli me ha estado invitando. “Nos estamos reuniendo muchos en Salinas”, me dijo. “Estamos haciendo lo mismo que usted”.

Poli vive en Greenfield, y varias veces ha pasado a la biblioteca, donde enseño un curso de computación, para invitarme a las reuniones de su organización. Creí que estaba participando en la formación de un “Club de Paisanos”, esas organizaciones de personas originarias de pueblos de México que mandan dinero para mejorar sus plazas e iglesias. Es interesante que quieran hacer clases de computación, pensé.

Después de perderme dos reuniones por fin pude hoy ir a una de ellas. Me citó a  las 8 de la noche en el 614 de Airport Blvb., en Salinas. “Ah ya conozco ese lugar” me dije. Es donde están las oficinas de Clínicas de Salud. Pero no era ahí. Era adelante, en una sala para conferencias de algo que parecía una iglesia.

Poli me recibió y entramos a la sala, había unas 200 personas, todas vestidas de traje negro. Me dio una mala vibra. “Tiene algo que ver con alguna religión?” Le pregunté, no me gusta que traten de hacerme cambiar de religión. “No, no se trata de religión”, me aseguró.

Un tipo vestido de negro, que al principio pensé que era de Oaxaca (después dijo que era de Guanajuato), daba una presentación entre Og Mandino y Piolín de la Mañana. “¿A qué venimos a éste país?” preguntaba. “A triunfar”, respondía un público furibundo.
El tipo conmovió con un discurso en que describía las duras condiciones de los migrantes en California, “se la pasan trabajando para ganar un salario que no les alcanza ni para pagar la renta”. Nada que no supiéramos, pero fue aplaudido a rabiar.

“Tenemos que ayudar a esa gente a ganar dinero”, dijo el tipo de negro. “Lo que les propongo es simple, dejen de comprar allá y compren acá, y nosotros les pagamos por comprar, así de simple”. El tipo dijo que mínimo tenían que comprar 400 dólares en productos y al final del mes te llegaba a domicilio un cheque por 12 dólares. Si comprabas más, obviamente, te llegaba más dinero y si convencías a más gente de hacer lo mismo, te pagaban por eso también. Ah, y para ser miembro del club tenías que pagar 280 dólares. De ser simple “socio” pasabas a la categoría “platino” y podías llegar a ser “diamante” súper millonario que ya no tienen que trabajar. 

“Estos nada más quieren nuestro dinero”, me dijo Raymundo, otro de los invitados. “Así es”, asentí. Y lamenté que en lugar de reunirse para organizarse en sindicatos, se reunían para hacer compras por Internet. Pobre César Chávez.

Eso no era para mí, pero decidí quedarme hasta el final de la reunión. Al final le reclamé a Poli porqué me había dicho que hacían lo mismo que yo. “Pensé que estaban organizando clases de computación”, le reclamé. “No”, me respondió. “Le dije que hacíamos lo mismo que usted, y me refería al consumo. Usted consume, al igual que nosotros”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores