Cuando Azucena me dijo por teléfono que estaba lavando huesos no le presté mucha atención. Pensé que había escuchado mal o estaba bañando a alguna mascota.
Al llegar a
su casa vi una pila de tibias, peronés y cráneos amontonados en el fregadero.
Azucena cepillaba alrededor del hueco ocular de una calavera. “Las autoridades
ya no permiten tener panteón en el atrio de la iglesia” me explicó. “La mayoría
vino por sus muertitos, pero muchos ya no tienen a nadie”.
¿Qué vas a
hacer? Le pregunté. “Los vamos a poner en ataúdes nuevos y a enterrarlos bajo
el rubro de ‘Héroes y Heroínas Desconocidos’ en el cementerio nuevo”, me
contestó.
Y… ¿Para
qué lavarlos? “Es como si se cambiaran de casa, tienen que ponerse guapos y
guapas. Los vamos a poner en un ataúd nuevo, -barato- pero nuevo, de madera,
como las casas de California.”
El Día de
Muertos visité con Azucena el cementerio. Fuimos directo a la sección de “Héroes y Heroínas Desconocidas”. La sección contrastaba con el resto debido a la modestia en los adornos, pero todas las tumbas tenían velas y por lo menos un ramo de flores. Se escuchaba la música de mariachis y trios de norteños en los alrededores.
En la cruz de una tumba había un pequeño papel con un mensaje escrito a mano: “Zusy, bienvenida a nuestra ‘Housewarming Party’, estás en casa”.
En la cruz de una tumba había un pequeño papel con un mensaje escrito a mano: “Zusy, bienvenida a nuestra ‘Housewarming Party’, estás en casa”.
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