jueves, 21 de abril de 2016

A nadie...

Javier se bajó del tranvía que unía la Ciudad de México con Xochimilco en la esquina de Francisco I. Madero y José María Morelos, encaminó sus pasos a la Arena del mismo nombre. Esa tarde peleaba Dick Angelo contra El Santo.

Pagó su boleto y se sentó en una butaca del “ring-side”. Alguien le había advertido que era peligroso, que en esa área caían luchadores desde el ring. “He visto caer ángeles del cielo”, respondió. 

Efectivamente, Dick Angelo cayó varias veces a su costado, destrozando algunas sillas de metal en su caída, pero Javier no se inmutó. El luchador tomó una de las sillas para golpear a su rival y después de ser desarmado, regresó con una pala grande, -de esas para enterrar muertos-. El Santo no conocía aún ésa categoría de  luchadores  “rudos”. La idea de la lucha del bien contra el mal encendió en Javier una sonrisa.

El Santo terminó desenmascarando a Dick Angelo, quien juró se vengaría. Javier salió del inmueble y cruzó la calle para comprar en el mercado  ensalada de nopalitos, queso fresco y chicharrón. Caminó unas cuadras a la secundaria 107 donde el maestro de música ya lo esperaba.

-“Maestro, otra vez deseo morir,”  escupió Javier a quemarropa mientras Humberto tocaba al piano una polonesa de Chopin. 

Se reunían en las tardes para ensayar canciones y discutir de política. Humberto  sacó una botella de tequila para acompañar la cena, Javier sacó una de anís.

-¿Ya escribiste tu nota de suicidio?, le preguntó.
-No, aún no.
-No lo hagas. No vale la pena. Si te matas, debes resucitar al día siguiente, como el sol, -le explicó el maestro.  Los aztecas se dieron cuenta que de nada servían los sacrificios para hacer que el sol renaciera al día siguiente de su muerte. De todos modos renacía. La muerte es una mentira.

Matarse es una gran responsabilidad, debes dejar de herencia una larga vida, dijo el maestro antes de que comenzara a cantar: “Noche de ronda, / qué triste pasas; / qué triste cruzas / por mi balcón”. 
-“Noche de ronda / cómo me hieres, / cómo lastimas mi corazón”, continuó Javier.

Terminadas las botellas de tequila y anís, Javier salió de la escuela hacia la neblina que emanaba de los canales. Encontró todavía abierta una cantina. Pidió un tequila. Otro tipo también bebía en la barra. “¿También perdiste?” Le preguntó.

“Aún no me subo al ring” contestó Javier. “El escenario para mí es un reto atroz y, por otro lado, un lugar maravilloso donde me puedo expresar y hacer hipérbolas”.

-“No hagas maromas", Le aconsejó Dick Angelo. "Tienes que pelear a ras de lona, aplicar unas cuantas llaves”. Javier le dijo "gracias por el consejo", se despidió y se fue pensando en los versos para una nueva canción:  “Hojas de fresno desafinadas, cortando el cielo a besos y alas de mariposas desenfocadas…”

Escuchó a lo lejos el último consejo: ¡Y no pelees contra El Santo!”.


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