Javier se
bajó del tranvía que unía la Ciudad de México con Xochimilco en la esquina de
Francisco I. Madero y José María Morelos, encaminó sus pasos a la Arena del mismo nombre. Esa tarde peleaba Dick Angelo contra El Santo.
Pagó su
boleto y se sentó en una butaca del “ring-side”. Alguien le había advertido que
era peligroso, que en esa área caían luchadores desde el ring. “He visto caer
ángeles del cielo”, respondió.
Efectivamente,
Dick Angelo cayó varias veces a su costado, destrozando algunas sillas de metal en su caída, pero Javier no se inmutó. El luchador tomó una de las sillas para
golpear a su rival y después de ser desarmado, regresó con una pala grande, -de
esas para enterrar muertos-. El Santo no conocía aún ésa categoría de luchadores “rudos”. La idea de la lucha del bien contra
el mal encendió en Javier una sonrisa.
El Santo
terminó desenmascarando a Dick Angelo, quien juró se vengaría. Javier salió del
inmueble y cruzó la calle para comprar en el mercado ensalada de nopalitos, queso fresco y
chicharrón. Caminó unas cuadras a la secundaria 107 donde el maestro de música
ya lo esperaba.
-“Maestro,
otra vez deseo morir,” escupió Javier a
quemarropa mientras Humberto tocaba al piano una polonesa de Chopin.
Se reunían
en las tardes para ensayar canciones y discutir de política. Humberto sacó una botella de tequila para acompañar la
cena, Javier sacó una de anís.
-¿Ya
escribiste tu nota de suicidio?, le preguntó.
-No, aún
no.
-No lo
hagas. No vale la pena. Si te matas, debes resucitar al día siguiente, como el sol, -le explicó
el maestro. Los aztecas se dieron cuenta que de nada servían
los sacrificios para hacer que el sol renaciera al día siguiente de su muerte.
De todos modos renacía. La muerte es una mentira.
Matarse es una gran responsabilidad,
debes dejar de herencia una larga vida, dijo el maestro antes de que comenzara a
cantar: “Noche de ronda, / qué triste pasas; / qué triste cruzas / por mi balcón”.
-“Noche de ronda / cómo me hieres, / cómo lastimas mi corazón”, continuó Javier.
-“Noche de ronda / cómo me hieres, / cómo lastimas mi corazón”, continuó Javier.
Terminadas las botellas de tequila y
anís, Javier salió de la escuela hacia la neblina que emanaba de los canales. Encontró todavía abierta una cantina. Pidió un tequila. Otro tipo también bebía
en la barra. “¿También perdiste?” Le preguntó.
“Aún no me subo al ring” contestó
Javier. “El escenario para mí es un reto atroz y, por otro lado, un lugar
maravilloso donde me puedo expresar y hacer hipérbolas”.
-“No hagas maromas", Le aconsejó Dick Angelo. "Tienes que pelear a ras de lona, aplicar
unas cuantas llaves”. Javier le dijo "gracias por el consejo", se despidió y se fue pensando en los versos para una nueva canción: “Hojas de fresno
desafinadas, cortando el cielo a besos y alas de mariposas desenfocadas…”
Escuchó a lo lejos el último consejo: “¡Y no pelees contra El Santo!”.
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