sábado, 2 de abril de 2016

Pablo en Chapingo

Era un 22 de febrero, celebrábamos el Día del Agrónomo, -y mi cumpleaños-. Era el único día en que las autoridades de Chapingo permitían, de hecho proporcionaban, cervezas en los comedores de la universidad.

Nos hicimos de cuantas chelas pudimos cargar para ya no tener que regresar. De pronto un grupo de mariachis apareció en la puerta del comedor tocando La Vikina. Seguimos comiendo y celebrando. El mariachi se acercaba a cada mesa para complacer con peticiones.

Cuando vino a la nuestra mis compañeros me dejaron elegir la canción (era mi cumpleaños ¿ya les dije?) y pedí Luz de Luna, de nuestro querido Negro (déjenme decirles que aún tengo resentimiento que los pinches estudiantes hayan decidido nombrar Álvaro Carrillo al auditorio principal, en lugar de Emiliano Zapata) pero en fin.

Al momento que mencionaba el título de la canción, los ojos del cantante se iluminaron. Pensé que no se la sabían, pero ¡carajo! ¡Venían a Chapingo y por lo menos tenían que haber ensayado una de nuestro Santo Patrono.  Resulta que se sabían varias, sí hicieron la tarea.

Ya borrachos, estuvimos casi una hora cantando canciones con el mariachi, parecía que no se quería ir de nuestra mesa. “Muchachos, para despedirnos por favor toquen Huapango, de Moncayo” les dije con ánimo de correrlos, sabiendo que esa sí no la tocarían.

¡Y que se arrancan! Memorable interpretación. Una delicia. El cantante al final me dijo que eran miembros de la Filarmónica de Texcoco, pero no ganaban mucho dinero y para ganar algo extra, formaron el mariachi y tocaban en  cantinas.

“Ya estaba yo decepcionado de no poder tocar la música  que me gusta”, me dijo. “Pero esta noche tú me enseñaste que la música tiene muchas caras, pude ver a Pablo saludando a Álvaro y eso es de lo que se trata esto”.

¡Salud! Brindé con mi Victoria.


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